Rabietas en niños: ¿Cómo hacer frente a los berrinches de nuestros hijos?

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Las rabietas en niños, aunque puedan llegar a ser desesperantes, son muy habituales y forman parte de su proceso de maduración. Suelen aparecer en torno a los 2 años, aunque hay niños más precoces, y tienden a desaparecer a medida que el pequeño aprende a gestionar sus emociones, generalmente sobre los 3 o 4 años. Sin embargo, aunque sepamos que la etapa de berrinches es normal e inevitable, lo cierto es que para muchos padres supone un periodo de estrés e impotencia. Por eso, en este post explicaremos por qué se producen las temibles rabietas en niños y qué podemos hacer para prevenirlas y calmarlas.

 

¿Qué es una rabieta y por qué se produce?

Las rabietas o berrinches son formas incontroladas e inmaduras de expresar ira, enfado, miedo o frustración. Al igual que los adultos, los niños pequeños también acumulan tensión, sufren estrés y sienten temor, pero carecen de los mecanismos necesarios para gestionarlos correctamente. Un niño menor de cuatro años no suele ser capaz de comunicarse de forma efectiva, ya sea por falta de vocabulario o por falta de experiencia a la hora de entender sus emociones. Por este motivo, es normal que los pequeños tengan momentos de frustración que acaban por expresar de la única forma de la que son capaces.

En general, las causas más comunes de rabietas son las siguientes:

  • Malestar interno. Los niños son más propensos a padecer rabietas cuando se sienten cansados, hambrientos o incómodos. También cuando hay cambios o situaciones en su entorno que les provocan estrés, temor o ansiedad.
  • Reclamo de atención.
  • Imposibilidad de conseguir algo que desean.
  • Celos y conflictos con los hermanos u otros niños.

 

¿En qué consiste una rabieta?

Hemos de tener en cuenta que no todos los enfados de nuestros niños son rabietas. A veces los pequeños lloran, gritan o nos retan sin que eso se convierta en un auténtico caos. Las rabietas, en cambio, son comportamientos más extremos que, una vez comienzan, son imposibles de controlar: ni ellos pueden detenerlas voluntariamente, ni nosotros podemos hacer nada para interrumpirlas.

En cuanto al comportamiento del niño durante una rabieta, hay que decir que cada niño tiene su propia forma de expresión. Lo más habitual es que griten, pataleen, corran por la habitación o se tiren al suelo, den patadas, puñetazos, rompan cosas o agredan a los adultos de algún modo. También pueden tener náuseas, provocarse el vómito, o incluso autolesionarse golpeándose voluntariamente con algo o contra algo. La retención de la respiración, los llamados también es un comportamiento bastante común en las rabietas, y puede ser un momento muy estresante para los padres. Es lo que conocemos como “espasmo del sollozo” y consiste en que el niño corta voluntariamente la respiración hasta ponerse rojo, morado o incluso perder el conocimiento momentáneamente. Sin embargo, por alarmante que pueda parecer, es necesario aclarar que esta situación no supone un riesgo real para la salud del niño. Su organismo está programado para sobrevivir y consta de mecanismos auto-reflejo que reanudarán la respiración antes de que su vida corra verdadero peligro. De todas maneras, si el niño permanece más de un minuto sin respirar (podéis cronometrarlo), o más de un minuto inconsciente, hay que acudir inmediatamente al hospital. También si la piel del pequeño adquiere un tono blanco en lugar de morado al aguantar la respiración.

 

¿Cómo controlar las rabietas en niños?

Como hemos visto, las rabietas y los berrinches son muy comunes en la infancia y casi todos los niños pasarán por este periodo en algún momento. Luego, a medida que vayan creciendo y perfeccionando su lenguaje, este tipo de comportamientos tenderá a desaparecer o a hacerse menos frecuente. Sin embargo, un factor crucial para que las rabietas no se intensifiquen ni prolonguen demasiado en el tiempo, es enseñar al niño a gestionar sus emociones y su ira.

Para prevenir las rabietas en niños recomendamos:

  • Aprender a identificar los momentos o situaciones que frustran o alteran al niño.
  • No forzarle a hacer cosas que le pueden alterar en momentos en los que le notamos cansado o irritable.
  • Establecer rutinas y llevar una vida ordenada, evitando llenar su día de actividades. Los niños necesitan sentirse seguros y vivir en ambientes relajados.
  • Mantener las cosas “prohibidas” fuera de la vista del niño, creando un hogar seguro para él. De este modo no habrá que prohibirle tantas cosas y no se sentirá tan frustrado por no conseguir lo que quiere (además de que evitaremos accidentes).
  • Concederle cierta independencia y control sobre pequeñas cosas, como elegir su ropa o la fruta que va a comer.
  • Ayudarle a adquirir nuevas habilidades y superar pequeños retos, alagándole y reforzando su autoestima.
  • Usar expresiones menos negativas o prohibitivas. Por ejemplo, en lugar de decirle “no” cuando pide una galleta, decirle “más tarde”, y explicarle por qué no puede comérsela ahora.
  • Cuando se empeña en hacer algo que no puede hacer y notamos que esto va a provocarle una rabieta, podemos tratar de distraerle con otra cosa que le guste, o simplemente cambiar de ambiente (salir al jardín o entrar en otra habitación).

 

Una vez que la rabieta se desencadena, nuestra respuesta dependerá de lo que la ha ocasionado.

  • Si el niño está cansado, hambriento o tiene sueño, lo mejor es ayudarle a cubrir estas necesidades.
  • Si lo que pretende es llamar la atención, la mejor estrategia es ignorar la rabieta o mostrarnos indiferentes a ella. Deberemos continuar con lo que estábamos haciendo (siempre cuidando de que el niño no se haga daño) y no dirigirnos a él o hacerlo en tono neutral.
  • Cuando lo que ocurre es que el niño quiere algo que no puede tener, debemos mantenernos firmes en nuestra decisión y no sucumbir a sus peticiones. Podemos, en cambio, darle otra cosa con la que sí pueda jugar o cambiarle de ambiente para que se distraiga.
  • Si la rabieta es demasiado intensa y descontrolada, una buena opción es aplicar la técnica de la “pausa obligada”. Esto consiste en alejarle de la zona en la que se encuentra (especialmente recomendable cuando el berrinche se produce en público) y llevarle a un lugar en el que se pueda desahogar y calmar durante unos minutos. Normalmente, el tiempo de pausa suele ser de un minuto por cada año que tiene el niño, pero todo dependerá de la intensidad de la rabieta y de lo que tarde en tranquilizarse.
  • Sea cual sea el caso, debemos mantener siempre una actitud positiva pero firme, sin enfadarnos ni mostrar nuestra angustia o ansiedad. Somos los encargados de enseñar al niño a controlar y gestionar sus emociones, por lo que debemos predicar con el ejemplo.
  • Durante el berrinche es imposible razonar con los niños, por lo que deberemos esperar a que se calmen. Cuando están más tranquilos es recomendable consolarlos y mostrarnos cariñosos y comprensivos. Podemos animarles a hablar de lo que les pasa o cambiar a otra actividad que les distraiga. Lo importante es no ceder a la rabieta y normalizar la situación una vez acaba.

 

 

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